Como ya hemos visto, en estos momentos el concepto de familia están cambiando, y de hecho ya ha cambiado, en la sociedad de la mayoría de los países del mundo. O, al menos, en su forma clásica, que es la que ha aceptado la mayor parte de esa sociedad: un núcleo familiar formado por el padre y la madre (casados según las leyes civiles y divinas), y los hijos que acabaran viniendo. A este núcleo se une la familia directa de cada uno de los cónyuges, que se convierte en familia política; y así se forma una red de parientes más o menos cercanos, pero que sirven de referencia a la hora de hablar de «nuestra familia».
Pero claro, al ir cambiando la dinámica familiar, este concepto ha quedado obsoleto y, lo que es peor, poco útil. Ahora, sobre todo en el Primer y Segundo Mundo, no importa mucho de qué familia vienes, sino de lo que eres capaz por ti mismo. Claro, hay excepciones, no lo vamos a negar; ciertos apellidos famosos y poderosos en algún ámbito hace la vida más fácil a aquellos que lo llevan, aunque a veces también se pueden convertir en una maldición (los Kennedy o los Onassis son prueba de ello). Pero, en general, en nuestros días la familia es algo más íntimo, de lo que no alardeamos ni tampoco nos avergonzamos, porque solo nos sirve de referencia para nuestro crecimiento como seres sociales, al conocer nuestras raíces.
No siempre fue así, por supuesto. En diferentes épocas, la familia se ponía por encima de todo, incluso era una razón para ir a la guerra, o directamente cometer asesinato. Por ejemplo, tenía gran relevancia el pertenecer a familias importantes, de las que salían príncipes (según su etimología, cabeza principal, el más importante de un grupo) y reyes, o gobernantes con igual grado de relevancia. En la antigüedad, ser parte de una de estas familias no era cualquier cosa, se llegaba a ellas no solo por nacimiento, sino también por matrimonio, adopción, o incluso un apretón de manos (recordemos los libertos de la Antigua Roma, que al ser hombres libres llegaban a formar parte de la familia, o clan, de su antiguo dueño). No importaba cómo se formaba parte de ello, en realidad; lo importante es que había que cuidarla y preservarla a como diera lugar. Y la mejor manera para ello, en un momento dado, fueron las relaciones interfamiliares; o, como lo conocemos coloquialmente, el incesto.
Hace poco leía un artículo sobre una familia incestuosa de Estados Unidos, en uno de esos lugares que conocemos como la «América profunda». Los supervivientes eran cuatro hermanos, cuyos padres habían sido primos hermanos por partida doble; no se llegó a hablar de cómo ni por qué acabaron contrayendo matrimonio y formando un hogar. Los hijos tenían claros signos de endogamia, cada uno de ellos con distintos grados de discapacidad intelectual, y todos con claros rasgos de degeneración física. Y es que esta es una de las razones, si no la principal, por la que las civilizaciones, la mayoría de las veces con la religión en la mano, quisieron acabar con la unión y procreación entre parientes de sangre directa.
En la actualidad, la gran mayoría de nosotros conoce este tema gracias al porno incesto. Sí, encendemos nuestros dispositivos, entramos en webs porno, y nos hace gracia, e incluso excitación, ver cómo dos familiares en mayor o menos grados follan como descosidos. Los más suaves, entre primos, o parientes políticos como cuñados, suegras y hermanastras; luego entramos en otros más controvertidos: hermanos reales, padre e hijo, y madre e hijo. También existen las orgías familiares, esta es la categoría más loca, la que menos nos suena a depravación. ¿Y eso por qué? Porque no llegamos a concebir que nos pueda atraer algún miembro de nuestra familia. Y, sin embargo, durante siglos esa fue la manera de preservar las grandes dinastías de la antigüedad: en Egipto, se casaban entre hermanos; en Grecia y Roma, se unían las familias que ya tenían vínculos anteriores y, si alguno fallecía, se echaba mano de hermanos, hijos, o incluso tíos o tías del cónyuge. ¿Y qué diremos de las monarquías europeas durante la Edad Media y el Renacimiento? Muchas de ellas acabaron trayendo al mundo dirigentes tan incapaces y débiles, que acabaron con ellas en algunas ocasiones.
Moral y éticamente, no hay duda de que el incesto, más allá de lo que nos guste el porno online, es algo que reprobamos la mayoría de las personas. Pero no cerremos los ojos, ni tampoco la mente, porque el sexo entre familiares sigue existiendo, y la atracción, el amor y la lujuria. Seguro que en las selvas y junglas del mundo existen tribus a los que no les queda más remedio que reproducirse entre ellos, y que incluso lo ven normal. Puede que no sea lo más común, pero es otra realidad, y otro tipo de familia, que debemos tener en cuenta en esta nueva era.